LA MINYULAY
En aquellos tiempos existía una mujer a la que llamaban La Minyulay; estaba cubierta de espinas, se vestía de negro y se alimentaba de piedras cocidas y de niños gorditos.
Había también un niño y una niña que vivían con su papá y su madrastra. El padre los quería y la madrastra, no.
En una mañana de verano, la señora convenció al esposo de que abandonara a sus hijos. Al niño le dieron una bolsita de granos de maíz y partió hacia el bosque con su padre y su hermana. Por el camino iba soltando granitos para saber volver.
En un lugar con mucha vegetación, el padre los abandonó y regresó por otro camino.
Los niños, recogiendo el maíz, consiguieron llegar a su casa al anochecer.
La madrastra mostró su sorpresa:
- ¡Oye! ¿Tan cerca los has dejado?¡Ya están aquí!
A la mañana siguiente, el padre les dio nuevamente su bolsa de cancha de maíz y los llevó otra vez al bosque. Los dejó de nuevo en un lugar desconocido, diciéndoles que se iba a recoger leña , pero no volvió .
Ellos no supieron que hacer; empezaron a caminar, vieron una chocita, caminaron hacia ella y allí encontraron a La Minyulay.
_Buenas tardes, mamita- Dijeron.
_ Acérquense, hijitos. Tengan, coman
_Mamita, estas papas están muy duras _Dijo el niño gordito.
En la noche se acostaron los tres juntos y los hermanos se durmieron. En un momento, la niña se despertó y tocó a su hermano en la barriga, en la que encontró un agujero. Ella se asustó.
Mamita voy a salir al campo para orinar.
La Minyulay la tenía atada de un pie con una cuerda.
_Suelte más, mamita, suelte más.
_ Ya, ya ¡Apúrate que ya es de noche!
La niña se había soltado y había amarrado la soga a un tronco de un árbol, y se puso a correr a toda velocidad.
La Minyulay tiraba y tiraba de la cuerda y la encontraba muy resistente. Se levantó, salió de la choza y encontró la soga atada a un palo.
_ ¡Esta desgraciada ya se escapó! Dijo amargada.
La niña ya llevaba harto camino recorrido.
_ ¿Donde estás, hijita?
_ ¡Aquí estoy, mamita!-Respondían las zarzas.
- A ustedes no les hablo - contestaba la Minyulay.
Por fin, la niña llegó a donde estaban unos ronderos, a los que contó su historia. Ellos la escondieron debajo del poncho más alto. Al poco tiempo, llegó al lugar La Minyulay.
-¿Ha visto por aquí a mi hijita?
Ella, empezó a buscar entre los ponchos, uno a uno, hasta que llegó al penúltimo.
Allí, en una bajadita, había una gran fogata ardiente.
La Minyulay buscaba y buscaba con mucho afán; en un descuido dio un traspié y se cayó al fuego.
_ ¡Mis zarzas les picarán y mis espinas les matarán! Dijo ella antes de morir.
La niña se reunió con su hermano, regresaron a casa y sus padres los acogieron con alegría y arrepentimiento.
AUTORAS:
KATIA ESTACIO GUARNIZ
ROSA HUINGO BAZÁN
GRADO: 6º “B”
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